viernes, 31 de agosto de 2012

La canción desnuda de Leonard Cohen

¿Qué es una canción? Pregunta simple pero difícil de responder, especialmente para los tiempos que corren. Sumergidos en la tiranía del videoclip y de los arreglos ensordecedores, no nos percatamos de que cada vez hay más bulla y menos canciones. Felizmente, todavía nos queda Leonard Cohen para poner las cosas en su lugar.

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Ni bailes ni trajes estrafalarios. Ni cantantes impecables que nos deslumbran con su amplio registro, la potencia de su voz y su afinación perfecta. Ni efectos visuales generados por computadoras. Ni ‘samplers’ de viejos temas ni recargados arreglos orquestales. Nada de eso es una canción.

Lo que escuchamos suele tener muchas capas de resguardo y, solo después de retirarlas, podemos encontrar aquello que buscamos: una canción desnuda, cubierta apenas por el velo de una guitarra o de un piano; simplemente, buenas letras y melodías al descubierto. Parece simple, pero en realidad son pocas las veces que una canción sobrevive al reto de dar la cara.

Para eso se necesita talento a la hora de componer. Podemos citar grandes compositores desde Chabuca Granda o Felipe Pinglo hasta Charly García, Silvio Rodríguez o Joan Manuel Serrat. Si miramos hacia el hemisferio norte, encontraremos a Nina Simone, Elton John o Rufus Wainwright; y claro, también a Leonard Cohen.

Suzanne

Leonard Cohen (Montreal, 1934) ha trascendido todas las barreras idiomáticas y artísticas con la misma importancia. Proveniente de una familia judía publicó, mientras estudiaba en las universidades McGill, de Montreal, y Columbia de Nueva York, los poemarios “Let us compare mythologies” (1956), “The spice box of earth” (1961) y “Flowers for Hitler” (1964). Luego vendrían las novelas “The favourite game” (1963) y “Beautiful losers” (1966). En 1968, una antología ganaría en Canadá el Governor General's Award. Y, sin embargo, económicamente no le iba tan bien como podría suponerse.


Es por esta época que Cohen decide escribir la música de sus poemas y empieza a cantar en diversos locales, muy influenciado por el estilo de la canción francesa, acompañando solo con una guitarra acústica su áspera voz. Sus canciones, al igual que sus poemas y novelas, no se ajustaban a los estándares comerciales de aquella ni de ninguna época, así que parecían estar destinadas al fracaso comercial. Sin embargo, cuando el tema “Suzanne” fue grabado por Judy Collins en 1966, se convirtió en un éxito moderado. Un año después, la misma canción aparecería en dos discos de Nina Simone, en 1967 y 1969. Desde entonces, “Suzanne” ha formado parte del repertorio de artistas como Peter Gabriel, Harry Belafonte, Roberta Flack, Bruce Springsteen, Nana Mouskouri, Tori Amos y Tangerine Dream, entre otros.

“Suzanne” es una canción de amor dedicada a una mujer aunque en realidad pareciera estar consagrada a una ciudad (Montreal). En ella, la letra y la melodía cobran tal protagonismo que nadie en su sano juicio se atrevería a orquestarla. Formó parte del disco “Songs of Leonard Cohen” (1967), que tuvo muy buena presencia en los Billboard de EEUU y Reino Unido. Con temas como el antes mencionado, “Sisters of Mercy” y “So long, Marianne” este disco ayudó a establecer el estilo musical de cantautores norteamericanos como Laura Nyro, Tim Buckley, Neil Young, and Joni Mitchell.

Hallelujah


Pasaron los años y Cohen continuó con éxito su carrera discográfica, con “Songs from a Room” (1969), “Songs of Love and Hate” (1971) y “Live Songs” (1973). En “New Skin for the Old Ceremony” (1974), se anima a ponerle algunos instrumentos adicionales a sus canciones, como violines y mandolinas.

En 1978 edita el álbum “Death of a Ladies’ Man”, escrito y producido junto con Phil Spector, además de un poemario con el mismo nombre. Tanto el disco como el libro llaman inmediatamente la atención del público y de la crítica y, a estas alturas, Cohen tenía tal renombre que no sorprendía encontrar entre los colaboradores de sus discos a genios como Bob Dylan haciéndole los coros.

En 1979 aparece “Recent songs”, otro álbum memorable, pero es en 1984 donde casi se sale el mar con el lanzamiento de “Various Positions”, disco que incluye por primera vez sintetizadores y coros masivos, además de una canción perfecta: “Hallelujah”.

¿Y qué podemos decir sobre “Hallelujah” que ya nadie sepa? Ha sido cantada por artistas de la talla de Jeff Buckley, K.D. Lang, Rufus Wainwright y John Cale, entre varios otros, algo que el mismo Leonard Cohen ha considerado como “un absurdo”. En líneas generales, se trata de tema que empieza describiendo cómo se compone una canción de amor; de allí, continúa abarcando aspectos personales y cotidianos para terminar hablando del amor y hasta de dios, mientras la melodía de la canción recorre una y otra vez el ciclo del inicio, clímax y final que tanto fascina a artistas, críticos y público.


Posteriomente, Cohen editó los poemarios “Book of Mercy” (1984), “Stranger Music: Selected Poems and Songs” (1993) y “Book of Longing” (2006), además de los discos “I'm Your Man” (1989), “The Future” (1992), “Ten new songs” (2001) y “Dear Heather” (2004), junto con varios compilatorios y álbumes en concierto.

Viejas ideas y un nuevo disco

Su vida personal no ha estado exenta de problemas y escándalos, pero ninguno que valga la pena recordar dado que Cohen ha sabido dejar su vida privada lejos de la prensa.

Cohen ya tenía asegurado un lugar en el Parnaso de las letras y de la música cuando, en 2010, le fue otorgado el Grammy Lifetime Achievement Award y, en 2011, nada menos que el Premio  Príncipe de Asturias de las Letras. A lo que él respondió estremeciendo los cimientos de la música discográfica con un nuevo álbum, “Old Ideas”. A los 77 años de edad, debutó en el número 3 del Billboard en EEUU, el 2 del Reino Unido y el 1 en España, Noruega y Holanda, llegando a los pocos días a la cima de los ‘charts’, desde Japón hasta Hungría.


Sabemos que la historia no termina aquí, y que cuando Leonard Cohen cumpla 80 años celebrará con un nuevo disco, un nuevo libro y varios premios más. Y que, mientras siga en el ruedo, el resto de artistas tendrán que agachar la cabeza y bajar la voz ante un genio que conquistó el planeta sin otra parafernalia que su talento para escribir canciones.

Crédito: Coveralia

Por Daniel Ágreda Sánchez
(Publicado en la Edición 35 de la Revista Phantom Marzo/Abril de 2012)

Con los ojos bien abiertos

Alejandro y María Laura son un dúo peruano que recoge todas las influencias musicales posibles, desde el pop hasta el jazz, pasando por el rock progresivo y algo de balada. Con un álbum bajo la manga, lleno de arreglos eclécticos y letras personales, además de muchas presentaciones en vivo y un par de videoclips rotando por internet, ambos se van abriendo camino, poco a poco, en el difícil medio artístico local.


Paracaídas” (Play Music, 2011), primer disco de Alejandro y María Laura, empieza con una especie de declaración de principios, una canción llamada “Abre los ojos”. Para quienes en la vida han optado por ir detrás de sus propios sueños en vez de seguir los deseos familiares y las normas sociales, la letra les sonará familiar: “Abre los ojos, llegó la realidad / ya comienzas a caer y no hay paracaídas / cuando choques contra el suelo / todos dirán: ¡te lo dije, los que sueñan demasiado terminan así!”.

Si  bien el camino que ambos recorrieron para llegar a donde están no fue tan terrible, sí les ha quedado claro que el éxito es proporcional al esfuerzo que invierten en el trabajo.

“Cuando hacíamos teatro teníamos muchas dudas”, dice María Laura. “No sabíamos si seguir, si al final tanto esfuerzo terminaría en nada; ni te cuento sobre las presiones de la familia y los amigos. Así es que ese primer tema fue escrito como si fuese hablado por nuestras abuelas”. Alejandro complementa la idea: “hemos tenido que aterrizar un poco; tuvimos que empezar a trabajar en cosas que nos permitan tener tiempo y estabilidad para seguir haciendo música. Tenemos tocadas casi todas las semanas, pero es difícil sentarse a componer nuevamente”.

Despegando

María Laura Bustamante y Alejandro Rivas se conocieron hace cuatro años, y casi desde entonces iniciaron una relación sentimental y musical. Sobre esto último, arrancaron profesionalmente en 2009, haciendo ‘covers’ de grupos como Beach Boys y Café Tacvba, algo de música peruana y canciones de cine. A finales de ese año viajaron a EEUU para trabajar en un ‘resort’, como empleados, aunque de vez en cuando también se animaban a tocar. Así probaron en bares, restaurantes, buses y cuanto local les abriera las puertas. Ya de vuelta a Lima (marzo de 2010) decidieron “abrir los ojos” y retomar sus carreras universitarias ante la aparente imposibilidad de salir adelante solo con la música. Pero igual, siguieron las presentaciones en diversos locales como el Jazz Zone, La Noche o el Teatro Mocha Graña, y poco a poco empezaron a aparecer los temas propios.

A finales de 2010, realizan un montaje teatral y musical llamado “En pausa”, de donde surgieron algunos de los temas que posteriormente serían publicados en su primer disco. En febrero de 2011, entraron en contacto con Mabela Martínez quien a su vez los contactó con Matías Cella, productor musical argentino que  ha trabajado con Jorge Drexler y Kevin Johansen, entre otros. Al poco tiempo, todos estaban juntos en Buenos Aires, en el estudio de grabación, dándole forma al “Paracaídas”.


Ambos, llegaron al estudio sin una intencionalidad sonora. Lo único que querían, señalan, era “sonar honestos”. “Nosotros teníamos los temas arreglados para nuestro formato: voz, piano, guitarra, y sobre esa base se sumaron otros instrumentos, generalmente retomando melodías que nosotros habíamos escrito previamente”, cuenta María Laura. “Nosotros no queríamos que nuestro disco suene de una forma en particular. No teníamos nada en mente. Solo queríamos sonar honestos y no ser aburridos, que cada tema sea diferente del otro”.

Mundo musical

Cantante y guitarrista, Alejandro Rivas empezó desde muy pequeño en el mundo de la música, tomando clases de cello desde los cinco años, proceso que decidió abandonar a los 12. “Lo dejé porque nunca aprendí a leer música, y eso me frustraba”. De ahí, influenciado tal vez por los compañeros del colegio, quienes se entretenían tocando canciones de las bandas de moda, empezó a tocar la guitarra; tenía 15 años, y entonces descubrió que resultaba más divertido (y provechoso) tocar temas propios que ajenos. “Armamos, con algunos amigos, una banda de rock progresivo llamada Winkerbeats, donde yo tocaba guitarra rítmica, además cantaba y componía”.


Hace cuatro años conoció a María Laura, quien pasaría a ser su enamorada y su contraparte musical. “Le mostré algunas canciones mías, me mostró algunas canciones suyas, nos gustaron y decidimos echar para adelante”.

María Laura Bustamante, de otro lado, provino de un entorno marcado por la música. Su papá, sin ser profesional, andaba siempre con la guitarra de arriba para abajo, interpretando sus propias canciones. “Sin querer, solo de verlo y oírlo, aprendí a afinar la guitarra y a tocar los acordes básicos. Luego estuve un tiempo en el conservatorio, pero la exigencia era abrumadora así que lo dejé”.

Ella pasó parte de su infancia en Arequipa, donde estuvo un poco alejada de la ejecución y creación musical. Pero pudo más el arte, y terminó tomando clases de guitarra con un profesor que le enseñaba música a partir de las canciones que a ella le gustaban.

Ya en la universidad, integró el coro Jazz House. “Con ellos aprendí a cantar en armonías, conocí las síncopas y el ‘scat’ (un tipo de improvisación vocal)… hasta ese momento, no sabía que las voces tenían tantas posibilidades dentro de la música”. Luego, pasó a formar parte del grupo vocal Ezquilache, un trío vocal de armonía cerrada con el que interpretó estándares de jazz.


Con este último grupo llegó a grabar un disco, pero a la larga terminaron separándose. “Me molestaba un poco el nivel de profesionalización que adquirimos; de pronto dejamos de ser espontáneos y de disfrutar lo que hacíamos para ocuparnos de cosas menos vinculadas con el arte musical”.

Aterrizando

Alejandro y María Laura entraron al 2012 con una agenda bastante ocupada y acompañados por una nueva banda, llamada Los Sexy Zombies. Con ellos, reinterpretan los temas de su disco en nuevas versiones que, según dicen, pueden variar según una serie de condicionantes; entre ellas, la respuesta del público.

Parte de esa conexión está dada por la honestidad de la cual hablamos al inicio. Empezando por el nombre del grupo: “nos pusimos Alejandro y María Laura porque somos Alejandro y María Laura; cualquier otro nombre nos hubiese sonado artificioso. Desde el primer momento hemos buscado ser como somos, sin máscaras; eso se nota en la música que hacemos”.


En su repertorio figuran baladas jazzeadas como “Quiero estar sola” y “Dentro de ti”, temas nostálgicos como “La abuela de Alejandro” y “Estos días”, otros más juguetones en letra, música y arreglos, como “Abre los ojos” o “Sensual intergaláctica”, y otros abiertamente derivados de la trova como “A un centímetro”. Todas estas canciones pueden ser escuchadas en sus diferentes versiones en la web del grupo y vía Youtube.

Con todo, la aventura musical del dúo parece ir viento en popa. El videoclip de “Estos días” (con la participación de los mimos Juan y Carmen Piqueras) tiene un alto índice de visitas en Youtube. Y “Paracaídas” figura entre los discos más vendido de 2011, manteniendo la tendencia en lo que va del año. Al parecer, Alejandro y María Laura encontraron la fórmula para seguir soñando, pero con los ojos bien abiertos.


(Publicado en la Edición 36 de la Revista Phantom Mayo/Junio 2012)

La gran Esperanza del jazz

El mundo supo de ella cuando se convirtió en la primera artista de jazz de la historia en ganar un Grammy como Artista Revelación; con este galardón consiguió, súbitamente, para ella y para el género música que representaba, la atención de un público y unos medios bastante esquivos.


El jazz había perdido la batalla frente al pop, a tal punto que ni los productores ejecutivos del Grammy se dignaban a anunciar los nominados por televisión. Se trataba de un género alejado de las masas debido a su complejidad y a la erudición musical que se precisa para poder siquiera escucharlo; el jazz estaba quedando fuera de ligas, sepultado bajo una serie de géneros y artistas cada vez más ligeros y digeribles.

Tal vez este hubiese sido el tenor de la historia del jazz en los espacios masivos, pero también es cierto que siempre ha dado muy buenos manotazos de ahogado (como el merecido Grammy al Disco del Año para “River: The Joni Letters”, de Herbie Hancock, en 2008). Además, súbitamente apareció una nueva generación de jóvenes artistas que, al mismo tiempo y en distintos países, decidieron darle una oportunidad uno de los géneros musicales más exigentes.

Es en esas que el mundo descubrió a Esperanza Spalding (Portland, 1984), cantante, compositora, bajista y pianista que, además, se convirtió en el primer músico de jazz en llevarse el Grammy al Artista Revelación (2010), dejando sentados nada menos que a Justin Bieber (¡¿?!), Florence + the Machine, Drake y Mumford & Sons.


El jazz por el jazz

Y ya que a estas alturas deberíamos citar algún referente musical para que quienes no conozcan a la Spalding puedan ubicar su sonido, aclararemos que su música no suena a nadie que sea comercialmente conocido como “cantante de jazz”. Ni Sade (por ponernos nostálgicos y amplios de criterios), ni Norah Jones ni Diana Krall suenan como suena ella. Esperanza Spalding es jazz del duro, del de verdad, del que desborda ritmos irregulares y sincopados, acordes disonantes, armonías funcionales, caprichos técnicos y mucha improvisación, sobre lo cual instrumentistas y vocalistas demuestran su habilidad acrobática a velocidades vertiginosas. Ese jazz que tiene canciones hermosas pero no necesariamente bonitas ni fáciles de escuchar, o que con solo tres instrumentos suena a un ataque masivo de artillería pesada, o que puede darse el lujo de hacer susurrar a toda una orquesta con un tema lentísimo de no menos de 20 minutos de duración.


Esperanza Spalding tiene de todo esto. El disco por el cual entró a la justa del Grammy, “Chamber Music Society” (2010) incluye temas como “Chacarera”, una secuencia de improvisación sobre la base del popular ritmo argentino; o “Wild is the Wind”, que está a medio camino entre un tondero peruano y un tango argentino, y sobre cuya base armónica ella lanza, desde su garganta, las melodías más agudas que se le hayan escuchado hasta ahora. En su disco anterior, “Esperanza” (2008), experimentaba para la canción “Precious” con coros de niños acompañados de un trío de jazz que siempre amenaza con ir a la sabrosa descarga, que al final nunca llega, quedando contenida, frustrada, como la relación amorosa de la que habla la letra. También tenemos “Fall In”, una declaración de amor tan erótica como triste, susurrada por ella y un piano que tiene la delicadeza de la garúa sobre la piel. En su primer álbum, “Junjo” (2006), ella se había entregado al jazz por el jazz, retando con su bajo y su voz a los demás instrumentos en temas demoledores como la descarga de “The Peacocks”, la brasileña “Loro”, la juguetona “Mompouana” y la romanticona “Cantora De Yala”.


En todos ellos, Spalding ha demostrado la amplitud de su registro vocal y la ausencia de temor para incorporar cualquier género a su arsenal musical, cantando por igual en inglés, portugués y español. Y claro, no podemos dejar de lado su nuevo disco, editado en abril de 2012: “Radio Music Society”. En él, le hace ojitos al pop y al rock pero bajo sus propias reglas, dando como resultado un álbum que rezuma elegancia por donde se le mire y escuche. “Black Gold” ha sido el primer tema presentado, con todo y video sensualón de modelos afrodescendientes (incluyendo el renovado look de la cantante y de su co-vocalista) que desencajarían cualquier mandíbula.


Expectativa mundial

Radio Music Society” ha sido lanzado en los formatos CD, CD+DVD Deluxe y vinilo, lo que es una evidente muestra de que, en la vida de Esperanza Spalding, ha habido un antes y un después del Grammy.

Porque ella no la tuvo fácil desde sus inicios. Si bien siempre estuvo rodeada de músicos y de hecho siempre fue considerada una niña prodigio, la suerte le fue esquiva por mucho tiempo. Incluso estuvo a punto de abandonar la música y meterse a estudiar ciencias políticas cuando la economía no le daba para más y sus estudios musicales pendían del delicado hilo de los préstamos y de las becas que no llegaban nunca. Eso, al parecer, tuvo sus orígenes en su indecisión al elegir un instrumento y un género para explorar: en sus estudios, pasó del piano al bajo haciendo escala en el violín, y de la música clásica al jazz por influencia de sendos discos de Yo-Yo Ma y Miles Davis, respectivamente. En algún momento recibió orientación por parte de Pat Metheny, quien vio en ella el potencial que ahora todos conocemos como una realidad. Fue gracias a sus consejos que pasó de ser alumna del Berklee College of Music a una de sus principales profesoras… y la segunda egresada de dicha casa de estudios en alzarse con el Grammy (la primera fue Paula Cole).


Así la historia, Esperanza pasó de ser una artista conocida por un puñado de seguidores a ser la invitada de honor del presidente Barack Obama para la ceremonia del Nobel de la Paz, y abrir uno de los números principales en la gala del Óscar.

Y es así como, sin dar concesiones, Esperanza Spalding es ahora una figura de la música, la principal representante del jazz ante los oídos del mundo.



(Publicado en la Edición 36 de la Revista Phantom Mayo/Junio de 2012)

Mr. Jason, de la A a la Z


Un tanque pop, musicalmente impecable, matizado con elementos del blues y del soul, de los estándares y del vodevil estadounidenses de la década de 1940, del rock y hasta del latinjazz. En resumen, y nunca mejor dicho, un compendio de música desde la A a la Z.



Siempre, antes de escribir una reseña o una crítica musical, uno se hace las mismas preguntas: ¿cuál es el aporte de este artista, tanto a nivel musical como en cualquier otro aspecto? ¿Qué elementos musicales ha recogido, sistematizado o perfeccionado? ¿Cuál es su relevancia artística, política o histórica?

Algunas respuestas parecen obvias pero no todas soportan un análisis técnico, porque no en todo los casos el entusiasmo que un artista despierta entre el respetable va de la mano con su calidad artística o con su real importancia en más de un área. (Personalmente, me resisto a hablar de los artistas de moda cuando no valen la pena)

Ahora es el turno de Jason Mraz, un músico de talento indiscutible y ojo magnífico para colocarse en la cresta de la ola pop contemporánea, equilibrando formas, contenidos y rollos relacionados con la conciencia social, con las dosis exactas de azúcar para engatusar a los fanáticos sin empalagar a sus críticos.

Esperando el cohete (del éxito)

Jason Mraz nació en Virginia, el 23 de junio de 1977. De ascendencia checa, estudió teatro musical en la American Musical and Dramatic Academy (Nueva York) antes de mudarse a California. Al principio su música estuvo influenciada por géneros como el reggae, el pop, el rock, el folk y el hip hop, aunque poco a poco fue incorporando nuevas propuestas a su sonido.



En el inicio de su carrera publicó más de una docena de EP y cintas de audio, distribuidas entre amigos y familiares, y que poco a poco fueron llegando a manos de un público más amplio. La evolución del cantautor pop y folk hacia propuestas más ambiciosas y cuajadas quedó registrada en el álbum en vivo “Live at Java Joe's” (2001), un recital íntimo editado posteriormente en formato CD+DVD  bajo el nombre de “Jason Mraz: Live & Acoustic 2001”. De esta época datan varios de los éxitos que serían editados en su primer álbum oficial.



Este recorrido previo, que se remonta a mediados de la década de 1990, y la presencia de músicos como Noel “Toca” Rivera (percusiones y segunda voz) y Ian Sheridan (bajo), hicieron de “Waiting for My Rocket to Come” (2002) un álbum redondísimo por donde se le escuche. Desde las composiciones hasta los arreglos, pasando por las letras, llenas de sentido del humor; todo estaba en su sitio. El disco se convirtió en una seguidilla de hits de éxito respetable (incluso varios de ellos rankearon entre los primeros lugares del Billboard) como “You and I Both”, “The Remedy (I Won't Worry), “Curbside Prophet”, “Sleep All Day”, “Too Much Food”, “Absolutely Zero”, “No Stopping Us” y “Tonight, Not Again”.

De la A a la Z

Tal fue el éxito del álbum y su calidad musical que Jason Mraz lanzó un disco en concierto titulado “Tonight, Not Again: Jason Mraz Live at the Eagles Ballroom”, con una súper banda y nuevos arreglos que acercaron a las canciones al latinjazz y al estándar estadounidense.

Mraz, tal vez para no ir contra la esencia de sus inicios y con el fin de recoger nuevas lecciones aprendidas, continuó editando casi compulsivamente varios EP en estudio y en concierto, con material inédito que luego formaría parte de “Mr. A–Z” (2005), álbum producido por Steve Lillywhite. Si bien no obtuvo el éxito de su predecesor, demostró las intenciones especulativas de Mraz con relación a su música: desde balada italiana (“Life Is Wonderful, “Bella Luna”) hasta fragmentos de ópera (“Please Don't Tell Her”), música electrónica (“Wordplay”, “Geek in the Pink”) y algunos otros de difícil catalogación (“O. Lover”).

Mraz, a la sazón, estaba involucrado en cuanta campaña social podía: protección de animales, vegetarianismo, derechos de la comunidad LGBTI, medio ambiente, derechos del niño, escuelas musicales gratuitas y un largo etcétera. En 2010 fue nombrado Humanitario del Año por la SIMA. Pero dos años antes, lanzaría el álbum con el que tocó la cima del éxito y hasta un poco más allá.

Cantar, bailar y “pedir prestado”



En “We Sing. We Dance. We Steal Things.” (2008) pidió “prestadas” las armonías de clásicos de casi todos los géneros: “I’m yours” es un respetuoso calco de “Somewhere over the rainbow”, “Butterfly” es “I will survive” a la cara y temas como “Only Human”, “Love for a Child”, “Make It Mine”, “If It Kills Me” y la mismísima “Butterfly” podrían presentarse como una tesis de doctorado sobre estructuras de composición propias de Michael Jackson y Marvin Gaye. Sin embargo, más allá de todas las referencias más o menos obvias según el entrenamiento de quien las escuche, existía una intencionalidad artística.



Con todo, sumando la habilidad de Mraz para revisar, corregir y aumentar a los clásicos y los niveles de perfección interpretativa que iba alcanzando su grupo, el álbum se convirtió en uno de los mejores lanzamientos de la década, y elevó a Mraz a la categoría de ídolo. En los conciertos, la historia corría acorde con lo producido en el estudio, y fue así que en 2009 editó “Jason Mraz's Beautiful Mess - Live On Earth”, lanzamiento que reinventaba algunos temas e incluía canciones inéditas y covers bastante bien elaborados, como el “All night long” de Lionel Richie.

“We Sing. We Dance. We Steal Things.” contó con la participación de más de cien músicos de sesión y con la producción de Martin Terefe (entre otros: Bisons, Craig Davis, Alex Cuba Band, KT Tunstall y Martha Wainwright), y fue editado en diversas presentaciones, entre ellas vinilo y una edición de lujo con dos CD y un DVD que incluía un formidable recital. Se convirtió, además, en su disco más vendido y mejor rankeado.

En 2010, Mraz ganó dos Grammy en las categorías Mejor Interpretación Vocal Pop Masculina por “Make It Mine” y Mejor Colaboración Pop por “Lucky”.



Cuatro letras

Este año, apenas hace un par de meses, editó “Love Is a Four Letter Word”, no sin antes lanzar la consabida seguidilla de EP en estudio y en concierto. La expectativa era altísima cuando apareció “I Won't Give Up”, primer sencillo del álbum, una balada ortodoxa que recoge varios elementos típicos de la música de Mraz. Pero además traía un agregado; y es que si bien todos sabían que Jason era un excelente cantante, la interpretación dramática del sencillo hizo que por primera vez su voz estuviese en primer plano. El tema fue calificado como una “joya pop con coros góspel”, y Mraz tuvo el camino allanado para el lanzamiento de su nuevo disco a tal punto que la fecha del lanzamiento fue adelantada.



Siendo objetivos, “Love Is a Four Letter Word” no es un desborde artístico como lo fuera “We Sing. We Dance. We Steal Things.”, sí es un muy buen disco en cuanto a lo musical, con temas de características poco convencionales como “5/6” y “Be Honest”. Y, aunque algunos fanáticos han resentido el exceso de optimismo en las letras, jason simplemente responde que “es un disco de canciones de amor pero visto no solo con el filtro del romanticismo; también trata de la compasión y la empatía y el amor por el mundo natural”.

“Love is…” está fresco todavía, aunque el debut en el número 2 en los Billboards tanto de EEUU como del Reino Unido no es nada desdeñable. Lo bueno es que, gracias a Jason Mraz, el pop mantiene la esperanza de contar con artistas musicalmente talentosos y con llegada a un público masivo. Esperemos que su presencia determine la llegada de otros como él en un futuro no muy lejano.



(Publicado en la Edición 37 de la Revista Phantom)