Con un disco nominado al Grammy Latino 2013, Albita
Rodríguez regresó a la vertiente comercial de la música latina luego de algunos
años dedicados a la investigación y el rescate de las raíces más profundas de
la cubanía.
Si este artículo estuviese basado en una
entrevista con Albita Rodríguez (La Habana, 1962), los tópicos tabú y la
discreción serían leitmotiv. A ella
no le gusta hablar de su pasado militante en la isla, del que poco se sabe
porque, valgan verdades, mientras estuvo allá su carrera artística nunca fue,
precisamente, la gran cosa; sus compañeros músicos la miraban muy por encima
del hombro pues el talento no parecía desbordársele. Al menos eso es lo que dicen
ahora, precisamente, sus compañeros músicos…
Otro tema tabú tiene que ver con su
orientación sexual, secreto con el que juega permanentemente. Incluso al editar
su primer disco en EEUU trató de explotar la ambigüedad de su apariencia
andrógina pero, al parecer, algún asistente de imagen le recomendó dar marcha
atrás, censurando incluso escenas del videoclip de “Qué manera de quererte” y presentándose
híperfemenina en el de “El chico chévere”.
Aclaremos que ni el arte ni el talento dependen
de con quién te acuestas ni a quién le vas políticamente hablando, pero asegurarse
el éxito en EEUU sí. Por lo tanto, al llegar a Miami, Albita tuvo que alinear
su discurso político con el de los disidentes; aunque, valgan verdades, es muy
probable que lo haya hecho de corazón: en la década de 1980 la realidad cubana
había llegado a un pico insoportable de escasez y persecuciones. Los Estefan se
ofrecieron a cincelarle la carrera así que no podía andarse con medias tintas;
ella tenía el talento, la voz y el carisma que nunca tuvo Gloria, así que
Emilio debía procurar que, una vez famosa, Albita se hiciera su portavoz.
El
largo camino para salir de casa
Albita salió definitivamente de Cuba en
1991, a propósito de una gira con su grupo. Asentada en Colombia y con un
contrato de cinco años por cumplir, su situación era la de reinventarse o morir
en el intento y, como no le quedaba otra, tuvo que dejar de lado los temas
propios y arriar la bandera de la música guajira para izar la del cliché cubano.
Así, rastrillando una y otra vez el repertorio de Celina y Reutilio y de La
Sonora Matancera, sin querer queriendo se fue entrenando en las diversas claves
rítmicas y la performance escénica, y se permitió explorar los registros agudos.
Y aún hubo más: pudo tomar contacto con los sintetizadores y las cajas de
ritmo, así como con los géneros musicales de otros países junto con aquello que
marcó un antes y un después en su carrera: el jazz latino.
Sobre todo esto no hay muchas cosas
escritas; Albita no menciona esto en sus entrevistas, tal vez porque no se lo
han preguntado aún o quizás porque ella misma no es consciente de su cambio a
partir de dichas influencias. Pero esto sí se puede deducir luego de escuchar y
analizar su discografía completa, sacando conclusiones, además, a partir de lo
que uno ha podido comentar con músicos cubanos que la conocieron, y de
contrastar su historia con la de otros artistas en general.
Como sea, la Albita que salió de Cuba ya
no era la misma cuando editó “No se parece a nada” (Epic, 1995), “Dicen que…”
(1996) y “Una mujer como yo” (1997), una trilogía fundamental que puso en jaque
el sonido de la salsa comercial a partir de la incorporación del latinjazz, la
música tradicional de Cuba, el regreso a las sesiones de grabación tradicionales
(con el grupo completo en el estudio tocando el tema para una única toma, sin
regrabar ni superponer pistas) y ese no sé qué propio de Albita que, incluso en
la actualidad, le permite siempre presentar un álbum completamente innovador , distinto
y superior del que le precede.
Contra
los molinos de viento
Hacia 1997 la carrera de Albita tuvo un
traspié. Se especula, porque tampoco hay escritos oficiales de esto, aunque sí abundantes
rumores, que ella quiso hacer un disco más personal y sosegado, y que a sus
productores no les gustó la idea, y que Albita la peleó hasta morir en su ley.
Se dice, además, que el disco llegó a grabarse y que fue congelado (es decir
que se prohibió su distribución). Pero la versión oficial da cuenta de una
separación amistosa del sello Epic (ya sabemos propiedad de quiénes), además de
tres años de silencio hasta la aparición de “Son” (Silva América, 2000).
La Rodríguez, sola contra el mundo,
empezaba una cuarta etapa en su carrera (si consideramos que la primera tuvo
lugar en Cuba, la segunda en Colombia y la tercera en Miami), mucho más libre y
menos comercial, basada en aquello que dejó en ‘stand by’ al salir de La
Habana. Retomó la trova en el que tal vez sea su mejor álbum, “Hecho a mano” (Times
Square, 2002), una producción 100% acústica que habría retomado el concepto de
aquel disco que nunca salió al mercado, para luego incorporar atinadamente el
rap y el reguetón en “Albita llegó” (Angel's Dawn Record, 2004; desde entonces,
su casa discográfica). Dos producciones en CD/DVD, “Live at the Colony Theatre”
(2006) y “Toda una vida” (2010), la posicionaron como una experta en la
exposición y fusión de las raíces musicales cubanas. En el ínterin, hizo giras
por varios continentes, cimentando su carrera ante diversos públicos y
recogiendo influencias de todos los países que visitó (por ejemplo, es evidente
que en “Hecho a mano” hay fusiones con tondero y ritmos afroperuanos). Y
también ganó premios y reconocimientos, entre ellos varios Grammy. Hasta condujo (o conduce) un programa televisivo.
Sintiéndose
libre, libre
“Una mujer que canta” (Angel's Dawn
Record, 2013) marca, como ya se dijo, el regreso de Albita a una línea un poco
más comercial (desde el lanzamiento de “Mis tacones”, en 2009). La salsa impera
en todos los temas, lo que evidencia la intención de la cantautora de ponernos
a bailar y gozar. Pero también se hacen presentes las consabidas fusiones
musicales con rap, jazz, merengue y techno,
entre otros, más la incorporación de todo lo aprendido en décadas pasadas.
Ahora ella se encuentra en absoluto dominio de su arte y no le debe nada a
nadie (“Libre” parece ser el tema que da fe de ello): ya no tiene que
construirse una carrera así que no tiene que ocultarnos nada, según escuchamos
en “A quién le importa”.
Los puntos fuertes de Albita siempre han
sido la poesía, basada en el juego de palabras y en los referentes populares
matizados con mucho sentido del humor, y los arreglos vocales. Justamente, en
este disco ambos elementos están potenciados e incorporan, además, ciertos
tópicos sociales como la migración, el feminismo y la diversidad de género.
De otro lado, artistas como Amaury
Gutiérrez la acompañan en “Si no fuera por ti”, Elain Morales en “Caliente” y
El Mola en “Libre”. El álbum incluye un homenaje a la música de la región en el
meddley “América mía”, experimentos bailables como “I wanna party” y especulaciones
más artísticas como “Canto a una sirena”.
En octubre, “Una mujer que canta”
consiguió una merecida nominación al Grammy Latino 2013 como mejor álbum de
salsa. La competencia fue dura, porque Albita se las vio con artistas de la
talla de Víctor Manuelle, Tito Nieves y Gilberto Santa Rosa, y además con una
compilación de músicos a cargo de Sergio George (que finalmente se llevó el
galardón), pero la nominación en sí misma es una demostración de que Albita se
encuentra en plena vigencia artística y sin enemigos, a fuerza de buena onda,
carisma y muchísimo trabajo. Y pese a todo lo que evidentemente le costó llegar
donde está, o quizás justamente por eso, parece que nadie la moverá de la cima
por muchas décadas más.
Por Daniel Ágreda Sánchez
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